El eje del problema educativo es político
La solución de la Argentina está en la educación, nuestro fracaso como sociedad se debe a la tragedia educativa que vivimos, la falta de educación genera pobreza, sin educación no habrá transformación social posible, etc.
Por José Luis Lens
La solución de la Argentina está en la educación, nuestro fracaso como sociedad se debe a la tragedia educativa que vivimos, la falta de educación genera pobreza, sin educación no habrá transformación social posible, etc. Estos conceptos y otros similares resuenan continuamente en los diferentes medios sin que, lamentablemente, surja el debate que requiere su cabal esclarecimiento. Estos conceptos no sorprenden, ya que los argumentos “educacionistas” son recurrentes en los expertos en educación, sociólogos, politólogos e intelectuales de nuestro medio. ¿Qué es el educacionismo? Se trata de una visión que entiende a la educación como un factor determinante del cambio, cuando en realidad es sólo un factor interviniente, muy importante, pero sólo interviniente en los procesos de transformación social. Al sobrevalorar el poder de la educación se minimiza el eje del problema que, indudablemente, siempre es político. Los países se estacan y frustran, principalmente, no porque sus ciudadanos carezcan de una educación de calidad, sino por los malos dirigentes, las malas políticas, la corrupción administrativa y otras plagas que impactan dramáticamente en sus planos social y político. A su vez, los pobres no son pobres porque les falte educación, sino porque están sometidos desde la cuna a condiciones sociales totalmente adversas y se encuentran inmersos en un sistema de vida en el que la desigualdad de oportunidades es impresionante. Como sostenía Paulo Freire, concebir a la educación como la palanca de transformación de la realidad es un error. Porque no es la educación la que conforma la sociedad de cierta manera, sino la sociedad, la que, conformándose de cierta manera, constituye la educación de acuerdo con los valores que la orientan. Los que pregonan estas posturas educacionistas se “olvidan” de que el poder que crea a la educación para que lo sirva y mantenga, nunca le va a permitir trabajar contra él. El círculo virtuoso de una verdadera transformación social estará dado, entonces, por la existencia de auténticas políticas de cambio y transformación, que abran la posibilidad de verdaderos proyectos y programas de transformación educativa, funcionales a las mismas. Por eso, nunca debemos perder de vista que la educación, por sí sola, no tiene el poder que se requiere para torcer el destino de nuestras sociedades. Si la educación es un factor independiente de lo político, como se desprende de los enfoques educacionistas, ya que se la presenta como el motor de la transformación social, más allá de cualquier tipo de preocupación por la índole o ideología de los gobiernos que deben promoverla, entonces, se le quita todo su contenido político, quedando prisionera de una visión adaptativo-funcionalista, respecto de cuyos peligros ya nos advertía Paulo Freire (en uno de sus últimos libros: A la sombra de este árbol): “Lo que siempre le interesó a las clases dominantes es la despolitización de la educación. Pero la educación, en verdad, necesita tanto de formación técnica, científica y profesional como de sueños y de utopía”. Este programa adaptativo-funcionalista explica la gran preocupación por la cantidad de horas cursadas por los alumnos, como si de ellas dependiera lo más esencial de su futuro. Y a los docentes que, en una actitud crítica, paran legítimamente en defensa de sus magros salarios, se los acusa y condena socialmente por robarles esas “preciosas” horas a sus alumnos. Pero quién se pregunta: ¿para qué educamos?, ¿cuáles son los objetivos de la educación?, ¿cómo debemos hacerlo educadores y educandos? Las respuestas a estas preguntas requieren del replanteo de los hábitos, conductas y prácticas docentes para la promoción de una educación dialógica, democrática, y cuyo objetivo sea la promoción y formación de personas competentes y comprometidas en el ejercicio de una ciudadanía crítica, participativa y políticamente activa. ¿Cómo lograrlo? No dudo de que es posible, pero el espacio del cual dispongo en esta nota me obliga a dejar mi opinión sobre soluciones para una próxima oportunidad. *Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación (UNED).
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